Recuérdalo al oír mi voz
11 de Diciembre, 2020
En mis viajes he descubierto lugares fascinantes. La variedad de las culturas, y de las gentes que he conocido nunca deja de asombrarme.
En uno de dichos viajes llegué a un lugar recóndito que en su propia lengua es llamado Los Jardines. Mi viaje hasta allí fue una aventura en si misma, pero esa historia la dejaré para otro momento.
La gente de Los Jardines vive en grandes ciudades, de edificios altísimos, llenas de vida y aventuras.
La religión se vive intensamente, aunque creo que religión no es el término correcto. Cada persona parece tener la suya propia, con sus propias idiosincrasias, sus propios rituales. Si bien se agrupan en comunidades de personas con ritos similares, jamás pierden esa individualidad interior.
Quizás eso sea lo único común entre todos, la pasión que ponen en sus rituales.
Durante mi visita tuve la fortuna de entablar una gran amistad con una mujer que me concedió una preciada invitación al fascinante ritual de bienvenida al mundo de su recién nacido.
A pesar de su insistencia de que no había código de vestimenta, me puse lo que consideré más elegante entre todos mis atuendos, y me presenté en el lugar de la celebración a la hora adecuada.
Al entrar fui recibido con una sonrisa y un abrazo por el Maestro de Ceremonias. Más tarde descubrí que este título es dado a un amigo o familiar cercano de los padres, y es uno de los mayores honores que alguien puede recibir.
Entré a una pequeña sala donde la familia y amigos esperaban la llegada de los padres con el niño. Los reunidos conversaban animados, entre sonrisas y alguna carcajadas. El ambiente era alegre.
Cuando se acercó la hora, el Maestro de Ceremonias se dirigió a un extremo de la sala, un poco elevado, a la vista de todos. La conversación se fue apagando, y poco a poco los asistentes fueron encontrando un sitio donde sentarse. Ocupé un sitio libre entre un grupo de conocidos que me recibieron con una sonrisa.
Un silencio atronador se extendió por la sala durante unos minutos. La puerta se abrió con un crujido que dolía en los oídos. El resto del mundo pareció desaparecer con la entrada de la madre con el niño en brazos, seguida del padre, como si nada más fuera real.
La sala parecía haber perdido la forma, los contornos. Sólo existía la madre, el niño en sus brazos, la mirada fija en el Maestro de Ceremonias. Ella avanzó hasta situarse frente a él.
Extendió los brazos, entregando al niño al Maestro de Ceremonias, que lo recibió sin perder la sonrisa. La expresión de éste, su mirada, sus palabras tan reales, contrastaban con el aire irreal del resto de la sala. Como si sólo existieran el niño y él, mientras el resto del mundo fuera una sombra.
El Maestro de Ceremonias miró al niño con ternura, le dio un beso en la frente, y lo acercó contra su pecho. Durante toda la ceremonia mantuvo la mirada directamente sobre el niño, que ensimismado se la devolvía.
Con una voz suave, y melodiosa, intentando no sobresaltar al niño, comenzó a entonar una canción. Por más que me esforcé sólo conseguí entender algunas palabras. Pero la melodía, la intensidad de la mirada, la ternura en la forma de coger al niño sobrecargaban mis sentidos. Mi consciencia se perdía en la escena que contemplaba.
Más tarde tube ocasión de hablar con el Maestro de Ceremonias, que amablemente repitió las palabras de la canción que, con mucho esfuerzo y sin estar totalmente contento con el resultado, finalmente conseguí traducir:
No te contaré la verdad pues no puedo hacerlo.
La verdad es esquiva como una sombra. Siempre corre más rápido.
Recuérdalo al oír mi voz. Mis palabras sólo son historias.
Vivirás muchos años, y escucharás muchas historias.
Algunas te gustarán más que otras, pero seguirán siendo historias.
Un día pensarás que alguna de esas historias es cierta, pero no será más que una sombra.
Recuérdalo al oír tu voz. Tus palabras sólo son historias.
Ahora empieza tu largo camino, que sólo tú recorrerás.
Tu tarea es la misma que la de tus antepasados.
Navegar este mundo de incertidumbre, con la ayuda que encuentres por el camino.
No estarás sólo. Encontrarás muchos que estarán dispuestos a navegar contigo.
Pero recuérdalo al oír sus voces. Sus palabras sólo son historias.
Tras la canción el silencio regresó. La sala pareció ir regresando poco a poco a formar parte de esa realidad que aún seguía centrada en el niño.
El Maestro de Ceremonias volvió a besarlo en la frente, y lo devolvió con cuidado a la madre, que con el mismo gesto tierno besó a su hijo y le dijo en un susurro:
– Recuérdalo al oír mi voz. Mis palabras sólo son historias.
El padre apareció de entre las sombras, tomó al niño en sus brazos y repitió el mismo gesto, el mismo beso en la frente, la misma invocación:
– Recuérdalo al oír mi voz. Mis palabras sólo son historias.
Los padres y el Maestro de Ceremonias se abrazaron mientras la pequeña sala volvió finalmente a la vida, entre aplausos y gritos de alegría.
El ambiente empezó a relajarse y la conversación fue regresando. Los padres caminaban unidos con el niño en brazos hablando con todos los invitados, recibiendo sonrisas, enhorabuenas y abrazos.
Tras la ceremonia comenzó la fiesta, con bebida, música, baile y mucha diversión. Algo tan universal en todas las culturas que apenas merece la pena describirlo.
Pero antes de eso pude acercarme a la madre para agradecerle la invitación. Me permitió tomar al niño en brazos unos momentos. Sus ojos se clavaron en los míos con curiosidad, y no pude evitar susurrarle.
– Recuérdalo al oír mi voz. Mis palabras sólo son historias.