Un festival y dos mercados
26 de Agosto, 2022
En el siglo XIX el poeta Keats se quejaba de que la filosofía natural, que ahora llamamos ciencia, destruía la poesía del arcoíris reduciéndolo a prismas, haciendo referencia a los experimentos de Newton sobre la luz.
No comparto ese pesimismo, el arcoíris me sigue fascinando incluso con las explicaciones de los físicos al respecto, pero Keats apunta a una idea que creo es verdad: una vez que has adquirido una explicación nueva, otra forma de ver el mundo, no puedes desaprenderlo. Empiezas a mirarlo todo de una forma nueva.. Aunque claro, para mí eso es algo positivo.
Una vez sabes cómo se hace la salchicha no hay vuelta atrás. Pero siempre puedes encontrar poesía en tu nueva forma de observar en eventos que has visto en múltiples ocasiones anteriores sin pensar en ello.
Recientemente me ocurrió en el que es mi mercado favorito, uno que llevo años observando, viéndolo transformarse y mutar: el mercado que aparece cada año de forma espontánea con motivo del festival del mundo celta de Ortigueira (el mejor festival del mundo).
Conforme he ido mejorando mis conocimientos de economía me fijaba en cosas que no había visto antes, pero que no puedes dejar de ver una vez las conoces.
El mercado ocupa una parte concreta de la zona de acampada del festival. Se trata de un pinar a unos 20 minutos andando del pueblo de Ortigueira, también conectado por autobuses que van y vienen, junto a una playa que mira al océano atlántico. Aunque el mercado se concentra en un paseo entre pinos que va desde los baños principales a la zona de rave, en realidad extiende sus tentáculos por todo el campamento.
Cada año es diferente, e incluso varía de un día para otro. Una elasticidad suprema empujada por la falta de restricciones más allá del espacio físico. Básicamente cualquiera puede llegar y poner un puesto, que en ocasiones es sólo un cartón en el suelo u ofrecer su mercancía por entre las tiendas del camping. Es un mercado sin regulación de ningún tipo.
El primer año que llegué se parecía mucho a otros mercados de festivales más convencionales, salvo en unos pocos detalles. Vendían camisetas, pulseras y artesanías varias. También droga, bastante droga, anunciada de forma abierta y sin tapujos en carteles hechos de cartón.
Aquel primer año la policía entró al campamento1, algo que al parecer no había ocurrido en muchas ocasiones, y desde entonces los puestos de droga no estaban tan a la vista como aquel año. Eso no quiere decir que no se pueda encontrar fácilmente ni que no se anuncie, simplemente todo se ha vuelto más sutil.
Es curioso observar cómo fluctúa este mercado de un día para otro, y de un año para otro, siguiendo las reglas económicas más estrictas. Y más divertido aún cuando lo comparas con el mercado legal, el que se forma en el pueblo con casetas reguladas, supermercados, bares… El mercado regulado al que estamos acostumbrados en el día a día.
También es divertido porque aunque casi todos los comercios regulados se encuentran en el pueblo en una parte del campamento hay algunos puestos oficiales. De modo que las interacciones entre ambos mercados, el regulado y el no regulado, son muy visibles. Un ejemplo de ello es el hielo.
En el pueblo puedes comprar hielo por 1.5€ en el supermercado, algo más caro si tienes que ir a un bar porque se ha acabado en el supermercado. En cambio en los puestos regulados del campamento el hielo está a 3€. Un paseo cargado de unos 20 minutos ofrece aquí una clara oportunidad de negocio que cualquiera puede aprovechar, algo que en economía se llama arbitraje. Por supuesto esto ocurre.
En mi última visita, mientras montábamos las tiendas y hacíamos planes, discutíamos cual de las dos opciones era mejor: ir al pueblo a comprar hielo barato, con el agravante del viaje más la vuelta cargados bajo el sol, o acercarnos a la tienda regulada que era más cara y sólo estaba en el otro extremo del campamento.
No tardó en aparecer otra opción. Un chico paseaba con una nevera en un carrito al grito de “hielo por 3€”. Teníamos servicio de hielo a domicilio al mismo precio que la tienda. Menudo lujo.
Apenas unas horas después, mientras descasábamos tras la comida y planeábamos cuánto tiempo podríamos echar siesta antes de ir a los conciertos, los que pasaban ofreciendo hielo ya habían encontrado competencia y podías comprar una bolsa de hielo por sólo 2.5€. En algún momento llegó a bajar a los 2€.
Por supuesto el precio del mercado oficial no se había movido. Aún podías comprar hielo por 3€ en el campamento. O ir al pueblo y hacer una hora de cola para pagar 1.5€ por una bolsa. Eso si tenías suerte porque las bolsas de los supermercados desaparecían rápidamente, e igual tenías que recurrir a los bares más caros, o esperar más horas aún a que reponieran.
Pero no todo en economía es la elasticidad de precios, que está muy bien.También está la elasticidad de opciones, y esto me llamó mucho la atención en esta edición.
Como ya he mencionado, el primer año en el mercado ilegal había principalmente puestos con pulseras y artesanía, además de muchas drogas. Mientras el mercado legal ofrecía artesanía más lujosa, camisetas oficiales y no podían faltar los bocadillos y bebidas en los restaurantes y bares locales.
Tratándose de un festival gratuito, asisten al mismo un montón de veinteañeros con tendencias hippies. Lo que contribuye a las buenas vibraciones del camping. Esto choca en parte con los bares tradicionales que se ven por el pueblo. Los hippies son veganos, y en el pueblo sirven pulpo a la gallega.
Por suerte el mercado provee, y desde el primer año que fui había opciones veganas a la venta entre los puestos ilegales del campamento. Siempre que no te importe que no haya ningún certificado de sanidad, lo que para la mayoría de los hippies no es un problema. Tampoco suelen mirar el certificado de sanidad para la maría que compran.
En cambio en el mercado regulado, no fue hasta mi tercer viaje, 7 años después del primero, que los restaurantes del pueblo empezaban a ofrecer bocadillos vegetales. Pan con lechuga, cebolla y tomate. Y no fue hasta mi quinto viaje, 10 años después del primero, que vi una caseta legal de comida sólo vegana.
En este tiempo el mercado ilegal ya había evolucionado y este año había incluso un puesto de masaje tailandés. No sé cuánto tardarán en poner uno en el oficial, pero tampoco tengo idea de si el puesto tuvo mucho éxito o no.
La caseta legal de comida vegana, muy recomendable por cierto, ponía de relieve otra gran diferencia entre ambos mercados. Se trataba de la única caseta completamente vegana y con buenas opciones de todo el pueblo. Así que puedes imaginar como en hora punta se formaba una larga pero ordenada cola de hippies hambrientos, entre los que me incluía, en la que había que esperar más de media hora para pedir, pagar, y sentarse a esperar casi una hora más para recoger la comida.
Todo esto mientras los dependientes de las casetas de al lado bostezaban ante la falta de clientes para su artesanía de lujo.
Este fenómeno, el de los puestos vacíos junto a los puestos llenos con largas colas, era muy notable, aunque nunca me había fijado hasta este año.
En el campamento por contra la dinámica era muy distinta. Los puestos vacíos no estaban allí de un día para otro. Los precios fluctuaban según oferta y demanda, y alternativas aparecían rápidamente en cualquier cola que se formaba. Los tiempos de espera eran irrisorios en comparación a los supermercados y sitios para comer en el pueblo.
Es muy divertido observar estas dinámicas en funcionamiento, especialmente tras haber estudiado un poco de economía. Me encantaría que algún día un economista de verdad se acercara a Ortigueira e hiciera un análisis detallado.
Tendría la ventaja de poder disfrutar del mejor festival del mundo.
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El principal problema para los mercados ilegales, por suerte en Ortigueira la policía sólo se preocupa por la droga y no por los otros puestos. ↩