El apagón
16 de Abril, 2021
Al poco de mi llegada a Hoppe, cuando aún me quedaba a dormir en el apartamento de mi amigo Olfi, en mitad de la noche estalló una tormenta feroz.
Pasé la noche en vela sin poder dormir. Por suerte Olfi decidió hacerme compañía y estuvimos charlando un poco de todo. Pasadas las horas escuchamos un gran estruendo a lo lejos y nos quedamos a oscuras.
Olfi se acercó a la ventana mientras decía:
— Puede que sea algo gordo. La ciudad entera parece a oscuras.
Me acerqué junto a él a mirar por la ventana.
— ¿Cuánto crees que tardarán en ponerla en funcionamiento?
— No estoy seguro. Nunca había visto un apagón tan grande, quizás tarden unas horas. Voy a buscar unas velas.
Fuera la tormenta seguía rugiendo mientras dentro conversábamos a la luz cálida de las velas. Poco a poco fue volviendo la calma y justo antes del amanecer por fin me quedé dormido en el sofá.
Desperté al rato con ganas de un café, y maldecí en voz baja al comprobar que la luz aún no había regresado, pues la cocina de Olfi era eléctrica. Él estaba junto a la puerta poniéndose los zapatos para salir.
— ¿Aún no ha vuelto la luz?
— No. Voy a ir a buscar algo de hielo para que no se eche a perder la comida del frigorífico. Quizás haya algún sitio abierto para desayunar. ¿Te apuntas o prefieres descansar?
— Me apunto. Pero si el apagón está por toda la ciudad dudo mucho que encuentres hielo o café.
Olfi me miró con una media sonrisa confusa, como dudando de si hablaba en serio o era una broma.
Me cambié rápidamente y bajamos a pie los 20 pisos desde su apartamento a la calle. La ciudad parecía otra. Las calles estaban repletas de gente, pero tardé en darme cuenta de que el tráfico de coches parecía bastante normal a pesar de que las luces de los semáforos no funcionaban.
A diferencia de nuestras salidas para comprar no cogimos su coche, simplemente empezamos a andar en una dirección que se me antojaba aleatoria. Pronto me di cuenta de que no era completamente aleatoria, pues mucha de la gente que venía en dirección contraria iba cargada con pilas, y bolsas de hielo. Para sorpresa mía algunas incluso venían disfrutando de un café.
Algunos de los árboles que solían adornar la calle habían caído por la tormenta. Ahora se encontraban cortados en pedazos y apilados a los lados de la acera, evitando bloquear el paso.
Hubiera parecido un día normal de no ser por la afluencia de gente, que iba más cargada de lo habitual. Normalmente en Hoppe la gente va a hacer la compra en coche para evitar cargar cosas. Y sobre todo por los semáforos parpadeantes funcionando con sus baterías individuales indicaban claramente que la ciudad aún no había recuperado la electricidad.
Pude notar que los conductores, que no eran muchos, eran más cautos de lo habitual, sobre todo en los cruces. Los peatones preferían utilizar los pasos elevados para cruzar la calle, y cuando no les quedaba más remedio lo hacían con mucho cuidado. Los peatones y los coches se dejaban pasar mutuamente siguiendo ciertas reglas de conducta que me resultaban ajenas.
En mitad de nuestro camino por primera vez vi un árbol caído bloqueando la calle. Unas cuantas personas se turnaban cortando el árbol con hachas y grabando el asunto con el móvil.
Olfi entendió mi mirada de desconcierto y explicó:
— Si prueban que han ayudado a despejar la calle recibirán una recompensa.
Pensé un poco sobre el mecanismo y rápidamente respondí.
— ¿No incita eso a derribar árboles en primer lugar?
Olfi me miró sonriente.
— La recompensa no es tan alta como para que alguien se arriesgue a que le pillen talando árboles que no son suyos.
Al poco rato llegamos a un parque al que alguna vez habíamos venido a pasear y charlar. Algunos días de la semana se forma un mercadillo en él. Hoy, a pesar de no ser el día habitual, parecía que uno había surgido de forma espontánea. Si bien aún no había demasiados puestos, por todos lados se veía gente ociosa montando una carpa o una simple mesa donde había algún hueco.
El ambiente era el de un día de mercado. La gente paseando entre los pocos puestos, haciendo cola tranquilamente para pedir.
Al primero al que nos acercamos era un pequeño puesto en el que un señor con una hornilla de gas preparaba cafés en dos cafeteras de casa sin parar. La que parecía ser la mujer atendía a los clientes.
Los ojos se me salieron de las órbitas al ver el precio anunciado encima de la mesa: 10 Vics for un café, lo que es aproximadamente 10 veces su precio habitual en una cafetería.
— ¡Qué barbaridad!
Exclamé enfadado.
Olfi me tomó del codo y me alejó con gesto serio, entre miradas un poco molestas del resto de la gente en la cola.
— ¿Qué te pasa? — me preguntó.
— ¿Has visto el precio del café?
— Claro, ¿y qué?
— Que es un robo.
Mi amigo me miró como si hubiera pedido un chuletón en un restaurante vegetariano.
— No sé si robo significa algo distinto donde vienes, pero esto no es un robo. Nadie te está quitando nada.
— Lo que quiero decir es que se están aprovechando de la catástrofe. Un día normal no podrían vender el café a ese precio.
— Pero eso es positivo. No es un día normal. ¿Cómo puedes pensar lo contrario?
Nos quedamos en silencio mirándonos por un rato, en uno de esos momentos en que ambos nos sorprendíamos de nuestras diferencias culturales. Cuando Olfi notó que me había calmado y no iba a montar ninguna escena volvimos a la cola. Incrédulo observé que ninguno de los de la cola, ni de los que veían el cartel al pasar parecía indignado.
Aunque me había calmado un poco no quería dejar el asunto correr.
— ¿Qué clase de persona aprovecha una catástrofe para ganar dinero?
— Supongo que depende de la persona, esta pareja probablemente no tenga trabajo o no puedan ir por el apagón, y han decidido que sería mejor para ellos utilizar su hornilla para ganar algo de dinero. Por suerte para nosotros, porque si te has fijado todas las cafeterías de la ciudad aún están cerradas.
Cuando llegó nuestro turno Olfi pidió un café y pagó los 10 Vics con una sonrisa. Yo me quedé petrificado sin saber muy bien que hacer, pero al final las ganas de café vencieron y también me pedí uno. La señora no perdió la sonrisa a pesar de mi mal humor.
— Si te parecía muy caro no tenías que haberlo comprado.
Sabía que a Olfi le hubiera gustado invitarme al café, pero debido a mi rabieta le había dejado en una situación incómoda.
Comenzamos a caminar por el mercadillo buscando un puesto que vendiera hielo.
— Perdón por mi tono antes. Pero en mi país algo así no podría pasar. La gente no aceptaría una extorsión de este tipo.
Una vez más me miró como si hablara un idioma extraño.
— Veo que sigues usando palabras que implican violencia para un intercambio voluntario, lo cual es muy extraño. ¿Pero me estás diciendo que en tu país un puesto de café como ese sería cerrado?
— Sí, la gente o la policía se quejaría, y quizás multaran a la pareja por usura.
Los ojos de Olfi mostraban que le parecía una barbaridad, aunque no dijo nada por ser más comedido que yo. En lugar con mucha calma continuó:
— Pero entonces no tendrías el puesto de café, ¿cómo conseguirías café?
— De alguien que estuviera dispuesto a venderlo a un precio razonable.
Mientras conversábamos llegamos a un puesto junto a un pequeño camión nevera, en la pared del camión se podía leer “Bolsas de hielo 50 Vics”.
Volví a sentirme furioso al leerlo, pero esta vez pude contenerme. Una bolsa de hielo en el supermercado cuesta menos de 2 Vic normalmente.
Olfi simplemente miró el cartel y dijo:
— Este está muy caro, vamos a seguir paseando.
— ¿No te indigna el precio tan alto?
Olfi respondió con mucha calma, aunque se notaba que mis palabras le ponían nervioso.
— ¿Por qué iba a indignarme? No han hecho nada que me perjudique. Al contrario, me están ofreciendo algo que no tengo y me gustaría tener. El precio que exigen me parece muy alto, y simplemente no lo compro. Supongo que para algunas de las personas aquí les parecerá razonable y lo comprarán.
— ¡Pero podrían venderlo a un precio razonable!
— Como he dicho, la gente de la cola debe pensar que el precio es razonable, o habrían hecho lo mismo que yo. Que a ti no te parezca razonable es un buen motivo para que no lo compres, pero no para indignarte.
— Pero ahora no tienes hielo.
— Antes tampoco tenía.
Olfi pareció captar algo en mi tono de voz que se le escapaba y preguntó:
— ¿No estarás pensando que porque el precio no te parece razonable deberían de cerrar el puesto?
— ¡Sí!
— Pero entonces no habría hielo para comprar.
— Claro que sí pero no a un precio desorbitado.
— ¿De dónde saldría ese hielo?
— Del mismo sitio que ha salido el del puesto.
— Así que según tú, la gente del camión debería de venir aquí y vender el hielo al precio de todos los días.
— Exacto.
— No entiendo por qué iban a hacerlo. Supongo que han alquilado el camión, y habrán tenido que ir con él a alguna parte de la ciudad donde sí haya electricidad a por el hielo. Si cobraran las bolsas de hielo al precio normal apenas ganarían nada con ello. ¿Por qué hacer todo el esfuerzo? Si no pudieran cobrar algo más nadie se molestaría en hacerlo, y no habría puestos de hielo ni hielo en toda la ciudad para comprar.
— Alguien que tenga ganas de ayudar haría el esfuerzo.
— ¿Seguro? Quizás alguien con ganas de ayudar está ayudando en otro sitio. ¿Cómo sabría que hace falta hielo? Y lo peor, ¿por qué sólo aceptar hielo de gente que quiere ayudar? Prefiero que haya más hielo disponible a que el corazón de los que lo venden sea puro. Al fin y al cabo si la gente que hace algo bueno gana dinero mientras lo hace, más gente habrá dispuesta a hacer algo bueno.
Mientras paseábamos no pude evitar notar un puesto de café similar al que fuimos al principio. La principal diferencia era el cartel que anunciaba “Café por 9 Vics”. Olfi continuó con su explicación.
— Tampoco me ayudaría personalmente que vendieran hielo al precio habitual. En ese caso la cola sería mucho más larga porque gente como yo se habría unido. Y el camión es pequeño de modo que probablemente para cuando fuera mi turno no quedaría hielo, y dado que los del camión no estarían ganando mucho no se molestarían en ir a por más.
No sabía muy bien como responderle así que le dejé hablar.
— Además, mucha gente ha visto este puesto de hielo, viendo que está ganando mucho dinero, en unas horas tendrás 3 o 4 puestos con hielo por la zona. Si te hiciéramos caso y obligáramos a cerrar el puesto, asustarías a los demás, y nadie tendría hielo hasta que se solucione el apagón.
— La policía podría ir a por hielo donde lo haya y abrir un puesto para repartirlo. Sería más justo.
Una vez más, Olfi me miró como si me hubiera vuelto loco.
— ¿Más justo? ¿En qué sentido? El problema es que hay menos hielo que personas necesitan hielo, ¿cómo lo repartimos?. Yo necesito el hielo para que no se estropee la comida de la nevera. Si eso pasara sería un fastidio, pero nada muy grave. Tampoco tengo tanta comida en casa. Pero para alguien que guarde insulina, o una familia que tenga la nevera a tope de comida puede ser una perdida muy grande. ¿Cómo sabría la policía a quién tiene que dar el hielo primero? Si lo hace por orden de llegada yo podría estar aquí temprano y llevármelo, mientras que si la familia con la nevera llena llegara más tarde por cualquier motivo se quedaría sin hielo. Igualmente si el reparto se hiciera por lotería, podría tocarme a mí antes que a ellos. Para la policía es imposible saber quién necesita más el hielo. Al menos ahora el que realmente lo necesita puede pagar para tener hielo, y el que no tiene tanta prisa puede esperar o buscar una alternativa.
— Pero entonces los que tienen más dinero tienen más fácil comprar.
— Sí, pero eso pasa siempre, ¿no? Los que tienen más dinero además tienen mejores contactos, tienen sus propios generadores. Pero te olvidas de lo más importante. No hay una cantidad finita de hielo que se puede obtener para siempre. Si el camión tiene éxito vendiendo hielo irá a por más, y otros lo imitarán, y en un rato habrá más hielo. Quizás los más adinerados hayan comprado el hielo del primer camión, pero llegará un momento en que habrá hielo para todos los que lo necesitan. Si en cambio impedimos que los del camión ganen dinero, nadie se lleva el hielo, y mucha menos gente hará el esfuerzo de traer hielo.
Nos sentamos un rato en un banco, mirando a la gente ir y venir. Algunos llegaban a poner puestos de comida, de café, o alquilaban sus baterías portátiles para cargar móviles. La mayoría ojeaba tranquilamente los distintos puestos. La situación parecía un poco surrealista dada la normalidad de todo.
Pasamos el día en el parque, comiendo en uno de los puestos que ofrecía comida. Por la tarde había 5 puestos de hielo, y Olfi pudo comprar su bolsa de hielo por 12 Vics. Saliendo del parque pasamos por el puesto donde tomamos el primer café y pude ver la misma pareja sonriente recogiendo sus cosas. Entre los bultos pude ver el cartel anunciando el precio del café en el momento de cerrar el puesto: 3 Vics.
Pasé el viaje de vuelta a casa meditando en silencio.
La luz regresó al día siguiente.