El despertar
5 de Marzo, 2021
Aquella mañana desperté sobresaltado, tal y como había despertado casi todos los días de las últimas semanas.
Mi mente aún estaba confusa, devolviéndome por momentos a las imágenes nebulosas de mi sueño recurrente. El cielo estrellado, las sombras que se movían en el horizonte, la chica a mi lado susurrando “Han despertado”.
Tardé un poco en reconocer la habitación del hotel en el que me encontraba. Unas semanas estresantes en el trabajo, a las que atribuía mis sueños inquietos, me habían dejado completamente exhausto, y con necesidad de unas buenas vacaciones. El pueblo de montaña al que decidí escapar parecía el lugar idóneo para desconectar.
Me levanté y miré por la ventana. Las montañas empezaban a reflejar la luz de la mañana, invitándome a pasear y perderse por sus laderas. Nada como una buena caminata para quitarse el estrés, así que animado me vestí, bajé a desayunar, y volví a la habitación para prepararme para la excursión.
Salí con buen ritmo, y me dirigí directamente a la montaña que se veía desde mi ventana. Unos minutos cruzando el pueblo, atravesando un pequeño río, y me encontraba en la falda de la montaña, a las puertas del bosque que cubriría el principio de mi caminata. Los rayos del sol regaban el sendero junto con copos de nieve que caían de los árboles sacudidos por una suave brisa.
No andaba con un rumbo fijo, simplemente seguía el sendero, tomando la cuesta más empinada en cada bifurcación. Tenía ganas de llegar lo más alto posible, sobre la línea de árboles, para poder ver el pueblo donde había pasado la noche desde arriba.
Apenas me crucé con gente por el camino, tal y como era mi intención. Sólo una pareja de ancianos paseando en la parte baja al principio. Sin duda prácticamente todo el mundo estaba en el resort de esquí en la montaña de enfrente que era la principal atracción para esta región.
Ascendía a buen ritmo, la nieve crujiendo bajo mis botas, algunos pájaros tímidamente silbando en las copas, mi propia respiración fuerte por el esfuerzo. Mientras caminaba intentaba alejar mi mente de pensamientos que no tuvieran que ver con ese instante. Me fijaba en la corteza de los árboles, las huellas de animales en la nieve, la calidez del sol rozando mi piel en ocasiones.
Mi estado de ánimo no podía ser mayor cuando por fin alcancé la línea de árboles, sobre mí se extendía una zona de rocas y nieve, el sendero aún claramente marcado hasta un pequeño saliente desde el que se podía ver todo el valle.
Me quedé allí unos minutos, mirando los pueblos del valle, las montañas rocosas a mis lados, las montañas cubiertas de nieve de enfrente en la que se distinguían las pistas por las que ríos de gente bajaba. El sol me daba en la cara, lo que no me permitió tomar ninguna buena foto del valle.
Decidí seguir subiendo un poco, y empezar a buscar un lugar agradable en el que comer lo que había preparado.
Pronto encontré una pequeña planicie y me senté, espalda apoyada contra la roca. La mezcla de sensaciones era deliciosa. La brisa fría y la luz cálida del sol mezclándose en mi piel sudorosa. El tacto frío pero no demasiado de la nieve a través de mi ropa térmica. El cansancio por el esfuerzo y por la falta de sueño de los últimos días y la paz mental producida por el ejercicio y la maravillosa vista que se extendía frente a mí.
Tras comer, cerré los ojos un momento para aspirar el aire fresco, y sin apenas darme cuenta caí dormido.
Pareció pasar sólo un instante cuando empezó mi sueño. Tenía la sensación de volver a mi sueño recurrente, pero por primera vez el cielo sobre mi no estaba estrellado, sino que se extendía azul en todas las direcciones. La angustia empezó a apoderarse de mí, miraba a todos lados buscando las sombras en el horizonte, sabiendo que estaban en algún lado aunque no pudiera verlas. La chica apareció junto a mi, su silueta difuminada como si fuera transparente. Su voz sonaba más lejos que de costumbre, y por primera vez dijo algo que nunca antes había dicho.
— ¿Te encuentras bien?
Desperté dando un respingo, aturdido sin saber dónde estaba. Las articulaciones me dolían al moverlas probablemente por el frío tras estar mucho rato dormido. La chica repitió:
— ¿Te encuentras bien? Tienes pinta de haberte desmayado por un buen rato.
Me quedé estupefacto mirándola. Mi cerebro intentando encontrar explicaciones sin éxito. Sentí el impulso de alargar la mano y tocarla para ver que era real, pero no había duda. La chica en mi sueño estaba frente a mí. ¿Quizás seguía soñando? Empecé a levantarme intentando poner mi angustia a un lado.
— Eh, sí, estoy bien. Sólo me quedé dormido tras la comida.
— Ha debido ser un buen rato, estás congelado, y parece que hayas visto a un fantasma. ¿Puedes andar?
Doble mis rodillas probando como reaccionaban. Parecía encontrarme bien, aunque el frío había calado hasta mis huesos. No me atrevía a mirar a la chica a la cara.
— Creo que sí.
— Ven, te llevaré a mi cabaña, encenderemos una lumbre y entrarás en calor en un periquete.
Su tono de voz y su sonrisa no me dieron mucha opción a negarme, además de que no me daría tiempo a regresar a mi hotel antes de que anocheciera sin pillar una pulmonía. Con timidez la seguí, cada paso apaciguando un poco el dolor de mis articulaciones, y a la vez incrementando mi sensación de angustia.
No debimos andar más de veinte minutos cuando llegamos a una cabaña de madera, que parecía sacada de un cuento de hadas. El tejado cubierto de madera, una pila de madera cortada a resguardo junto a la puerta, algunos árboles solitarios vigilando la parte trasera.
Al cruzar la puerta el mundo pareció cambiar. Una luz amarilla se reflejaba en los tablones y calentaba el ambiente. La chica me mostró un sillón junto a una chimenea lista para ser encendida y me pidió que esperara allí.
— Ponte cómodo y prepararé algo caliente.
La chica encendió la chimenea rápidamente y despareció de mi campo de visión. Poco a poco el frío fue saliendo de mí y con él, más lentamente, la angustia, aunque no totalmente. Empecé a convencerme que no era la chica de mi sueño. No podía recordar exactamente los rasgos y seguramente mi cerebro había mezclado ambas caras al despertar tan bruscamente.
Mientras repetía este razonamiento en mi cabeza como un mantra, me fijé con más detenimiento en el interior de la cabaña. Apenas había decoración salvo por un viejo mapa colgado de una pared, y flores secas sobre la chimenea. Los muebles eran viejos pero muy bien cuidados. Junto a la puerta por la que habíamos entrado había una gran ventana, y un escritorio lleno de papeles, libros, y algún aparato extraño.
Quizás por la angustia que aún no había desparecido del todo no pude evitar el pensamiento de estar en la casa de una bruja. Por supuesto que la chica era más joven de lo que uno tiende a asociar con una bruja, y su ropa térmica deportiva quedaba muy lejos del sombrero negro puntiagudo.
Escuché un ruido de tazas a mi espalda y la chica apareció, dejando una bandeja con infusión humeante en una mesita. Me ofreció una taza, cogió otra, y se sentó con las piernas cruzadas en el otro sillón que enmarcaba la chimenea.
Me miró sonriente mientras soplaba la taza humeante.
— ¿Te encuentras mejor?
La voz. La voz era la misma que la de mi sueño, pero no podía ser. Intenté apaciguar mi angustia que volvía con más fuerza que antes y respondí con la voz quebrada.
— Sí, mucho mejor. Muchas gracias.
— Si me disculpas tengo un poco de trabajo que hacer aún. Si quieres dormir un rato, el sillón puede reclinarse y es bastante cómodo.
Le di las gracias y ella se dirigió al escritorio. Miró durante unos instantes por la gran ventana con vista al valle en el atardecer y luego se sentó. Empezó a tomar notas, ojear libros, apuntar medidas de sus aparatos, mientras yo me preguntaba de qué tipo de trabajo se trataba. Probablemente detectando terremotos o aludes.
Volví la mirada al fuego y mi ansiedad fue relajándose de nuevo. Di alguna cabezada inquieta pero sin soñar, y cuando desperté las ventanas dejaban ver la noche completamente oscura. La chica seguía en el escritorio.
— ¿Me podrías decir dónde está el baño?
Sin levantar la mirada de sus notas me respondió
— Por el pasillo junto a la cocina, al final.
Tras la pequeña cocina donde había preparado el té, se habría un corto pasillo con una pared cubierta por estanterías llenas de libros. El tema principal parecía ser la geología, pero había un poco de todo. Las tablas de madera crujían bajo mis píes, no sé si saludándome o avisándome de algo.
El baño era antiguo y no muy cómodo. En él había algunos libros en idiomas que no reconocí. Uno de ellos estaba abierto, lleno de anotaciones en el mismo idioma irreconocible.
Al salir me fijé en un dibujo que colgaba en el pasillo, frente a las estanterías de libros. Era un dibujo hecho con bolígrafo, aunque aún podía verse los trazos del lápiz usado para el boceto debajo. Era una cordillera de montañas, de algún sitio que había visto anteriormente en fotografías pero no recordaba exactamente dónde.
Recordé las caras que solemos ver en las montañas, con la luz adecuada, de dioses gigantes dormidos por milenios. El trazo del dibujo parecía resaltar esa sensación. Cada montaña tenía una cara claramente resaltada. Tras observar detenidamente el dibujo por unos minutos más empecé a notar más detalles. No sólo las caras estaban delineadas, bajo la línea oscura del bolígrafo, el trazo suave del lápiz marcaba unos brazos cruzados sobre el pecho. Unos cuerpos imposiblemente gigantes sentados con las rodillas dobladas.
El corazón empezó a latirme con fuerza y regresé a la habitación principal buscando la seguridad de la hoguera.
La chica estaba de pie junto al escritorio, con la mirada perdida al otro lado de la ventana. La cabaña emitió un crujido dolorido y ella se volvió y me miró con el rostro apesadumbrado.
— Deberíamos salir a mirar las estrellas un poco.
Su rostro, la voz, los crujidos de la casa… El miedo se apoderaba de mí, pero a la vez me dejaba indefenso. Sin decir nada acompañé a la chica que ya había abierto la puerta y salía al extererior.
Cerré la puerta tras de mi, y me quedé plantado de pie junto ella.
Más allá del vaho que salía por mi boca podía ver el cielo plagado de estrellas, las montañas relucientes por la nieve, las luces de los pueblos abajo en el valle.
Crucé los brazos para intentar alejar el frío de mi pecho. A lo lejos comenzó un murmullo, la tierra comenzó a temblar suavemente derribando copos de nieve del tejado a nuestro alrededor. Poco a poco el temblor bajo nuestros pies fue creciendo, la chica no parecía inmutada y sólo miraba las montañas. El murmullo se convirtió poco a poco en un crujido de roca chocando, de nieve deslizándose por laderas, de árboles derribándose.
La montaña de mi izquierda empezó a elevarse como en un sueño. Pude ver una cara gigantesca abriendo los ojos. En medio del ruido y el temblor apenas pude escuchar la voz a mi lado que susurraba.
— Han despertado.